miércoles, 28 de noviembre de 2007

Cofrecito sin culpas

Y sí, casi sin saberlo nos encontramos otra vez, casi sin medirlo, así, como los refugios en la lluvia y sus paraguas de diario. Me mirás con la carita toda arrugada por algo que yo no sé pero que intuyo: vas a jugarme al juego del ¨yo no se por qué¨, y la verdad es que soy yo el que no sabe por qué, por qué carajo estoy acá, escuchándote, sabiendo que todo lo que tenés para decirme – y que me vas a decir, por más que yo no quiera, por más que te cambie de tema, que te hable de todos los temas a la vez, que te maree con mis cinco nuevas maneras de eludir al guarda de la estación- todo eso que decís, que no te acordás pero que tu caracol supo jerarquizar como la cosa más importante dentro de las peores cosas que te hicieron en la vida, me lo vas a obsequiar justo ahora, cuando las palomas duermen en el cableado telefónico limpito, todavía, de mensajes de oficina, justo ahora que estamos vos y yo y estas veinte personas haciendo no mas otra cosa que esperar y este colectivo que no llega nunca. Y yo te miro tu frágil muñeca que está como siempre, voy subiendo, subiendo hasta llegar al cuello, muy despacito, voy escarbando con trabajo arqueológico hasta llegar al huequito, ahí cerquita del hombro, entre el hombro y el huesito ese, sí ahí, mientras vos me mirás con esa mueca que promete devolverme dos años atrás, pero yo no te dejo de mirar el huequito, ese cofrecito de perfume que raspaba con la nariz hasta que me dormía escuchándote las pavadas de siempre y después me sacudía tu reproche de por qué me quedaba dormido, lo que no entendías es que me dormía porque eras vos, vos y tu perfume en ese huequito del cuello.

Y la verdad es que no se por qué, y me parece que es un poco tarde contarte el por qué me había quedado con Verónica, quizás eran esas cosas de destino, como dice tu madre. Lo que es a mí, ya no me importa, las piezas de un rompecabezas se desvalorizan cuando ya está terminado, cuando están perdidas dentro del todo. Y sí, vos no tenés respuesta, sí, ya sé que necesitas saber, después de todo fuiste la persona que elegí, sí, aunque no lo creas, pero si te dijera que quizás sepa lo que ¨no sabemos por qué¨, si te digo, Mónica, dejarías de odiarme, quizás te compadecerías de mí, quizás te sentirías hasta culpable, quizás me olvidarías, porque una vez resuelto el acertijo se acaba el misterio. Ay Mónica, si te dijera, la envidiarías más aun, porque abarcó hasta la forma más poética de existencia, porque tiene mi corazón, mis sueños, el monopolio entrecortado de pensamientos en víspera de domingo, mis ganas de jugar con el tiempo, de dormirme con vos, de olvidarme de todo, de acordarme de vos, de pensar que puedo desgajarte y de a poco remover el cril en nuestro espejo roto, de querer reconstruirte agarrándote de las muñecas y vos con esa natural resistencia fingida que tienen las mujeres te tensarías y sin una palabra poco a poco me cederías los mapas que ya conocemos para reposar en ese cofrecito que no dejo de mirar. Si te dijera lo del accidente, de aquella última discusión en el auto con Verónica, de mi imprudencia por la ruta 9, de los bomberos pidiéndome que me calmara que nos iban a sacar a los dos, sí a los dos, quizás tu boca no se crisparía tanto como ahora a punto de escupirme una injuria delante de todos estos espectros que espectan y esperan el transporte al mundo gris, no me mirarías con esos ojos estas flores que pensás que llevo pero que cargo.